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miércoles, 15 de septiembre de 2021

San Pedro Claver

San Pedro Claver


Fue un misionero jesuita español tímido y sencillo que nació el 26 de junio de 1580. Su festividad es el 9 de Septiembre y es el Santo patrón de Colombia.

Su misión se desarrolló en el puerto negrero de Cartagena (Colombia), donde eran llevadas en barcos, como esclavas, personas provenientes de África en condiciones inhumanas, muchos morían por el camino y eran tratadas como seres indignos. Incluso los teólogos contemporáneos debatían si realmente los negros tenían alma.

Su vida:

Era hijo de un modesto propietario de viñedos y olivares, y perdió a su madre antes de cumplir los 13 años. No se sabe mucho sobre su infancia, pero se sabe que trabajaba en el campo con su familia. En 1596 se trasladó a Barcelona para estudiar “letras y artes” en el Estudio general de la Universidad. Terminada la retórica entró en contacto con los jesuitas del colegio de Belén para estudiar filosofía. Allí sintió la vocación por la Compañía de Jesús, en la que ingresó el 7 de agosto de 1602. Tras un intenso noviciado y luego de pronunciar sus primeros votos pasó a Gerona a dedicarse al estudio de humanidades.

En el Colegio Nuestra Señora de Montesión, donde fue destinado a ampliar sus estudios de filosofía (1605-1608) entabló amistad con el portero San Alonso Rodríguez (hermano jesuita laico), por quien sintió una gran admiración y se sintió muy atraído por sus humildes oficios y sencillez, por lo que sintió dudas acerca de su vocación sacerdotal.

 La valoración que hacían los superiores sobre Pedro Claver era muy negativa; espíritu mediocre, discernimiento inferior a la media, escasa circunspección en los negocios, mediocre perfil en las letras, bueno para predicar a los “indios”, pero esto no influyó tanto en él como lo hizo el santo portero con quien, con permiso de sus superiores, podía conversar todas las noches un cuarto de hora, estas charlas le fueron muy provechosas y anotó todo lo importante en un cuaderno que lo acompañaría por toda la vida, también recibió como obsequio del portero “un tesoro grande” (como decía Pedro); un libro de apuntes espirituales. San Alonso Rodríguez lo animó a ser misionero y le aconsejó que fuera a Sudamérica, porque recibió por inspiración de Dios conocimiento de la futura labor del joven Pedro y él confió en esta inspiración.

Comenzaba su segundo año de estudios teológicos cuando el provincial, accediendo a su deseo, le destinó el 23 de enero de 1610 a las misiones transoceánicas del Nuevo Reino de Granada. Se fue a pie a Valencia y luego a Sevilla, de donde zarparía en la flota de galeones en compañía del padre Mejía y dos jóvenes sacerdotes. Pasó por la plaza fuerte de Cartagena de India y luego llegó a Santa Fe de Bogotá, donde no estaban aún organizados los estudios de teología, lo que aprovechó para servir como hermano laico (como Alonso). Una vez concluidos sus estudios en el Colegio y Seminario de San Bartolomé, fue destinado al noviciado de Tunja para hacer su “tercera probación” (el año en que los jesuitas dedican a la espiritualidad tras su formación intelectual). Seguía dudando si hacerse sacerdote, tanto que le pidió al provincial que le permitiera seguir como hermano portero.

Pero los superiores le destinaron a Cartagena de Indias, donde fue ordenado sacerdote el 19 de marzo de 1616, a los 35 años. Ofició su primera misa en el altar de la Virgen del Milagro de la Iglesia de la Compañía. Allí conoció a Alonso de Sandoval; un sabio jesuita que estaba en contra del ambiente esclavista y recibía con afecto y bautizaba a los esclavos que llegaban a los puertos traídos de África en los barcos negreros, y en muy malas condiciones. Esto motivó a Pedro Claver, que tomó la decisión de entregarse por completo a los negros.

Por su posición en el mar Caribe, Cartagena de Indias era el principal mercado de esclavos del Nuevo Mundo. Mil esclavos llegaban allí al mes, el precio de compra de un esclavo era dos escudos, y doscientos el de venta. Aunque muriera la mitad del cargamento, el tráfico seguía siendo “rentable”. Ni las repetidas censuras del Papa podían prevalecer contra ese comercio, por lo que los misioneros trataban de mitigarlo.

Pero Pedro Claver se enfrentó a esta situación con hechos heroicos. El 3 de abril de 1622, al profesar sus votos perpetuos solemnes, estampó junto a su firma la que sería la gran consigna de su vida:

“Pedro Claver, esclavo de los negros para siempre”

El joven sacerdote procuraba enterarse con antelación de la llegada de un barco negrero, hasta ofrecía una misa a quien se lo avisara, y se informaba de que nación venía para procurarse intérpretes, que buscaba por toda Cartagena. Lo amos de éstos llevaban muy mal que se los pidieran y recibían a los jesuitas con insultos. Más tarde el propio colegio consiguió intérpretes negros, que colaboraron con Claver y a veces eran empleados en el colegio para otros menesteres, lo que ocasionó dos cartas de protesta del padre general, que apreciaba la labor de Pedro.

Acompañado de sus intérpretes acudía Claver al puerto llevando al brazo un canasto cargado con pan, frutas, agua y vino. Luego descendía a la sentina del navío, les decía a los esclavos que él quería ser su padre, que los iba a tratar bien y que venía con intención de quererles y enseñarles el camino de Jesús. Si alguno llegaba en peligro de muerte, él mismo lo envolvía en su manto y lo llevaba a un hospital. Cubrían también a los desnudos, les lavaban el rostro, los atendían, demostraban su amor y hablaban con ellos “no con lengua, sino con manos y obras” como decía Claver.

Con ayuda de los intérpretes y utilizando cuadros para mayor comprensión les daba catequesis. La atmosfera era irrespirable por el fuerte olor de las heridas de los esclavos, y cuando sentía repugnancia les besaba las llagas y finalmente los bautizaba.

Claver cada vez sentía más afecto hacia los esclavos y los defendía de sus amos. Cuando sabía que alguno flagelaba a sus esclavos, se presentaba en la casa y con súplicas pedía que no los azotaran. Su confesonario estaba reservado para los negros, mientras que grandes personajes de la ciudad tenían que hacer cola detrás si querían confesarse con él.

Durante la peste de la viruela que se cebó en Cartagena en 1633 y 1634, Pedro Claver se multiplicó para atender a los damnificados. Su manteo servía de vestido para los desnudos recién llagados, de almohada y de cama para los enfermos. En vísperas de Pascua reunía a todas las personas negras de la ciudad para que cumplieran el precepto, los confesaba, les daba la comunión y él mismo les servía un modesto desayuno. Además acudía regularmente a la leprosería, Hospital de San Lázaro, cuidada por los Hermanos de San Juan de Dios. Allí barría, arreglaba las camas, daba de comer a los enfermos y les llevaba pequeños frascos de licor. Conseguía mosquiteros, limosnas, medicinas y comida para aquel pobre hospital. Los días de fiesta les llevaba una comida más fina y una banda de música.

Se ocupaba también de los presos comunes y los apresados por la Inquisición, y se pasaba largas horas en los calabozos escuchándolos. Por sus ruegos, dos abogados se encargaban de la defensa de los presos pobres. También consolaba a los condenados en el momento de la ejecución con vino, perfume y bizcochos. Con los protestantes se comportaba con igual cariño y misericordia, sin importar las consecuencias que podía traerle, gracias a eso llegó a convertir a muchos. Misionaba además pueblos de los alrededores, comiendo y durmiendo en chozas abandonadas. Le nombraron ministro (encargado de asuntos materiales) de la casa. Pero, como  cogía siempre los oficios más duros, el superior lo hizo maestro de novicios coadjutores, a los que conducía a la leprosería escoba en mano.

Todo ello respondía a una profunda vida espiritual. Austero hasta el heroísmo; dormía poco y en el suelo, comía poco y vestía cilicios, tenía dicho al hermano portero que no molestara en la noche a los demás padres cuando venían a pedir sacramentos, sino que acudiesen a él.

Para la oración le gustaba mirar un libro de imágenes de la vida de Nuestro Señor y se detenía sobre todo en pasajes de la Pasión que recordaba el resto del día. Un africano; Diego Folupo lo vio elevado del suelo como “caña y media” con los ojos fijos en un crucifijo que sostenían en las manos. Le atribuían numerosos milagros, como resurrección de muertos, clarividencia y profecía.

Aunque su fama de santidad cundía por toda la ciudad, muchos se opusieron a su trabajo y a su persona. Los informes que enviaban a Roma decían de él que era “mediocre de ingenio”, “de prudencia exigua”, “muy melancólico”. También le llegaron avisos de la curia acusándolo de retener dinero, tener vino para los negros, entre otras cosas y tuvo también llamados de atención. Entre los llamados de atención también estaba que diera preferencia a los negros sobre los blancos, cosa que a muchos les molestaba.

Claver enfrentó la oposición de las autoridades civiles y comerciales, quienes sospechaban que el sacerdote socavaba su lucrativo comercio. No solo los traficantes de esclavos lo tenían como enemigo, el misionero fue acusado de haber profanado los sacramentos al darlos a “criaturas que apenas poseían alma”. Importantes mujeres de Cartagena se negaron a entrar en la iglesia en la que Pedro Claver reunía a sus negros. Sus superiores también eran a menudo influenciados por las críticas. Sin embargo, Claver continuó su trabajo, aceptando todas las humillaciones y añadiendo rigurosas penitencias a sus obras de caridad.

En 1650, tras predicar la cuaresma por los alrededores de Cartagena cayó enfermo. La víspera había confesado hasta las diez de la mañana y cuando pretendió celebrar la misa, se sintió tan mal que se vio obligado a regresar a Cartagena. La peste ya causó el fallecimiento de nueve miembros del colegio de los jesuitas. Una parálisis lo redujo a la impotencia, junto con un terrible temblor de las manos, que según testigos se detenía cuando celebraba la misa.

Aún logró hacer algunas visitas gracias a una mula que le dieron. Se despidió de una gran bienhechora suya y le pidió que en adelante se confesara con su sucesor, el padre Diego Ramírez Fariña. Por entonces, desde la sublevación de Portugal, era raro el arribo de barcos negreros. Pero en 1652 llegó uno y Pedro los visitó, les llevó regalos y los instruyó para el bautismo.

Permaneció los últimos 4 años enfermo, en su celda, sin casi poder moverse, prácticamente solo y en un estado de abandono por parte de los demás. El hermano Nicolás, testigo de su vida, relató que cuando se supo en la ciudad que Pedro estaba muriendo y que ya había perdido el conocimiento, empezó la “gran peregrinación”, todos querían tocarle, llevarse de él cabellos, un trozo de su camisa, lo que fuera: “le besaban aun antes de morir las manos, los pies, tocándole con rosarios”. El Padre Juan de Arcos, rector del colegio, señaló: “la gente entraba y salía como a una estación de Jueves Santo; diluvios de niños y negros venían diciendo: “Vamos a ver al Santo”

Falleció finalmente en la madrugada del 9 de septiembre de 1654.

Después de su muerte, el gobernador Pedro Zapata y el Consejo de Cartagena solicitaron que se iniciaran los informes sobre la vida y milagros de Claver. Durante el proceso de canonización resultó particularmente notable el número de hechos extraordinarios, verificados tanto en vida como después de su muerte, y considerados milagros por la Iglesia católica. Además se constató el bautismo por su mano y la conversión de negros por millares.

Un punto muy analizado hasta hoy es la forma en que Pedro Claver logró comunicar el cristianismo a los esclavos, religión que sus amos decían practicar. Muchos biógrafos modernos señalan que Pedro Claver infundió en los esclavos un sentido de dignidad humana y valor, demostrando la injusta situación a la que eran sometidos. Su principio fue “primero los hechos, luego las palabras".

También la práctica cotidiana de sufrir junto a los sufrientes, siguiéndolos a las minas y a las plantaciones, intercediendo por ellos y protestando por su cuidado.