San Pedro Claver
Su misión se desarrolló en el puerto negrero de Cartagena
(Colombia), donde eran llevadas en barcos, como esclavas, personas provenientes
de África en condiciones inhumanas, muchos morían por el camino y eran tratadas
como seres indignos. Incluso los teólogos contemporáneos debatían si
realmente los negros tenían alma.
Su vida:
Era hijo de un modesto propietario de viñedos y olivares, y
perdió a su madre antes de cumplir los 13 años. No se sabe mucho sobre su
infancia, pero se sabe que trabajaba en el campo con su familia. En 1596 se trasladó a
Barcelona para estudiar “letras y artes” en el Estudio general de la
Universidad. Terminada la retórica entró en contacto con los jesuitas del
colegio de Belén para estudiar filosofía. Allí sintió la vocación por la
Compañía de Jesús, en la que ingresó el 7 de agosto de 1602. Tras un intenso noviciado y luego de pronunciar sus primeros votos pasó a Gerona a dedicarse al
estudio de humanidades.
En el Colegio Nuestra Señora de Montesión, donde fue
destinado a ampliar sus estudios de filosofía (1605-1608) entabló amistad con el
portero San Alonso Rodríguez (hermano jesuita laico), por quien sintió una gran
admiración y se sintió muy atraído por sus humildes oficios y sencillez, por lo
que sintió dudas acerca de su vocación sacerdotal.
La valoración que
hacían los superiores sobre Pedro Claver era muy negativa; espíritu mediocre,
discernimiento inferior a la media, escasa circunspección en los negocios,
mediocre perfil en las letras, bueno para predicar a los “indios”, pero esto no
influyó tanto en él como lo hizo el santo portero con quien, con permiso de sus
superiores, podía conversar todas las noches un cuarto de hora, estas charlas
le fueron muy provechosas y anotó todo lo importante en un cuaderno que lo
acompañaría por toda la vida, también recibió como obsequio del portero “un
tesoro grande” (como decía Pedro); un libro de apuntes espirituales. San Alonso
Rodríguez lo animó a ser misionero y le aconsejó que fuera a Sudamérica, porque
recibió por inspiración de Dios conocimiento de la futura labor del joven Pedro
y él confió en esta inspiración.
Comenzaba su segundo año de estudios teológicos cuando el
provincial, accediendo a su deseo, le destinó el 23 de enero de 1610 a las
misiones transoceánicas del Nuevo Reino de Granada. Se fue a pie a Valencia y
luego a Sevilla, de donde zarparía en la flota de galeones en compañía del
padre Mejía y dos jóvenes sacerdotes. Pasó por la plaza fuerte de Cartagena de
India y luego llegó a Santa Fe de Bogotá, donde no estaban aún organizados los
estudios de teología, lo que aprovechó para servir como hermano laico (como
Alonso). Una vez concluidos sus estudios en el Colegio y Seminario de San
Bartolomé, fue destinado al noviciado de Tunja para hacer su “tercera
probación” (el año en que los jesuitas dedican a la espiritualidad tras su
formación intelectual). Seguía dudando si hacerse sacerdote, tanto que le pidió
al provincial que le permitiera seguir como hermano portero.
Pero los superiores le destinaron a Cartagena de Indias,
donde fue ordenado sacerdote el 19 de marzo de 1616, a los 35 años. Ofició su
primera misa en el altar de la Virgen del Milagro de la Iglesia de la Compañía.
Allí conoció a Alonso de Sandoval; un sabio jesuita que estaba en contra del
ambiente esclavista y recibía con afecto y bautizaba a los esclavos que
llegaban a los puertos traídos de África en los barcos negreros, y en muy malas
condiciones. Esto motivó a Pedro Claver, que tomó la decisión de entregarse por
completo a los negros.
Por su posición en el mar Caribe, Cartagena de Indias era el
principal mercado de esclavos del Nuevo Mundo. Mil esclavos llegaban allí al
mes, el precio de compra de un esclavo era dos escudos, y doscientos el de
venta. Aunque muriera la mitad del cargamento, el tráfico seguía siendo
“rentable”. Ni las repetidas censuras del Papa podían prevalecer contra ese
comercio, por lo que los misioneros trataban de mitigarlo.
Pero Pedro Claver se enfrentó a esta situación con hechos
heroicos. El 3 de abril de 1622, al profesar sus votos perpetuos solemnes,
estampó junto a su firma la que sería la gran consigna de su vida:
“Pedro Claver, esclavo de los negros para siempre”
El joven sacerdote procuraba enterarse con antelación de la
llegada de un barco negrero, hasta ofrecía una misa a quien se lo avisara, y se
informaba de que nación venía para procurarse intérpretes, que buscaba por toda
Cartagena. Lo amos de éstos llevaban muy mal que se los pidieran y recibían a
los jesuitas con insultos. Más tarde el propio colegio consiguió intérpretes
negros, que colaboraron con Claver y a veces eran empleados en el colegio para
otros menesteres, lo que ocasionó dos cartas de protesta del padre general, que
apreciaba la labor de Pedro.
Acompañado de sus intérpretes acudía Claver al puerto
llevando al brazo un canasto cargado con pan, frutas, agua y vino. Luego
descendía a la sentina del navío, les decía a los esclavos que él quería ser su
padre, que los iba a tratar bien y que venía con intención de quererles y
enseñarles el camino de Jesús. Si alguno llegaba en peligro de muerte, él mismo
lo envolvía en su manto y lo llevaba a un hospital. Cubrían también a los
desnudos, les lavaban el rostro, los atendían, demostraban su amor y hablaban
con ellos “no con lengua, sino con manos y obras” como decía Claver.
Con ayuda de los intérpretes y utilizando cuadros para mayor
comprensión les daba catequesis. La atmosfera era irrespirable por el fuerte
olor de las heridas de los esclavos, y cuando sentía repugnancia les besaba las
llagas y finalmente los bautizaba.
Claver cada vez sentía más afecto hacia los esclavos y los
defendía de sus amos. Cuando sabía que alguno flagelaba a sus esclavos, se
presentaba en la casa y con súplicas pedía que no los azotaran. Su confesonario
estaba reservado para los negros, mientras que grandes personajes de la ciudad
tenían que hacer cola detrás si querían confesarse con él.
Durante la peste de la viruela que se cebó en Cartagena en
1633 y 1634, Pedro Claver se multiplicó para atender a los damnificados. Su
manteo servía de vestido para los desnudos recién llagados, de almohada y de
cama para los enfermos. En vísperas de Pascua reunía a todas las personas
negras de la ciudad para que cumplieran el precepto, los confesaba, les daba la
comunión y él mismo les servía un modesto desayuno. Además acudía regularmente
a la leprosería, Hospital de San Lázaro, cuidada por los Hermanos de San Juan
de Dios. Allí barría, arreglaba las camas, daba de comer a los enfermos y les
llevaba pequeños frascos de licor. Conseguía mosquiteros, limosnas, medicinas y
comida para aquel pobre hospital. Los días de fiesta les llevaba una comida más
fina y una banda de música.
Se ocupaba también de los presos comunes y los apresados por
la Inquisición, y se pasaba largas horas en los calabozos escuchándolos. Por
sus ruegos, dos abogados se encargaban de la defensa de los presos pobres. También
consolaba a los condenados en el momento de la ejecución con vino, perfume y
bizcochos. Con los protestantes se comportaba con igual cariño y misericordia,
sin importar las consecuencias que podía traerle, gracias a eso llegó a
convertir a muchos. Misionaba además pueblos de los alrededores, comiendo y
durmiendo en chozas abandonadas. Le nombraron ministro (encargado de asuntos
materiales) de la casa. Pero, como cogía
siempre los oficios más duros, el superior lo hizo maestro de novicios
coadjutores, a los que conducía a la leprosería escoba en mano.
Todo ello respondía a una profunda vida espiritual. Austero
hasta el heroísmo; dormía poco y en el suelo, comía poco y vestía cilicios,
tenía dicho al hermano portero que no molestara en la noche a los demás
padres cuando venían a pedir sacramentos, sino que acudiesen a él.
Para la oración le gustaba mirar un libro de imágenes de la
vida de Nuestro Señor y se detenía sobre todo en pasajes de la Pasión que
recordaba el resto del día. Un africano; Diego Folupo lo vio elevado del suelo
como “caña y media” con los ojos fijos en un crucifijo que sostenían en las
manos. Le atribuían numerosos milagros, como resurrección de muertos,
clarividencia y profecía.
Aunque su fama de santidad cundía por toda la ciudad, muchos
se opusieron a su trabajo y a su persona. Los informes que enviaban a Roma
decían de él que era “mediocre de ingenio”, “de prudencia exigua”, “muy
melancólico”. También le llegaron avisos de la curia acusándolo de retener
dinero, tener vino para los negros, entre otras cosas y tuvo también llamados de atención. Entre los llamados de atención también estaba que diera
preferencia a los negros sobre los blancos, cosa que a muchos les molestaba.
Claver enfrentó la oposición de las autoridades civiles y
comerciales, quienes sospechaban que el sacerdote socavaba su lucrativo
comercio. No solo los traficantes de esclavos lo tenían como enemigo, el
misionero fue acusado de haber profanado los sacramentos al
darlos a “criaturas que apenas poseían alma”. Importantes mujeres de Cartagena
se negaron a entrar en la iglesia en la que Pedro Claver reunía a sus negros.
Sus superiores también eran a menudo influenciados por las críticas. Sin
embargo, Claver continuó su trabajo, aceptando todas las humillaciones y
añadiendo rigurosas penitencias a sus obras de caridad.
En 1650, tras predicar la cuaresma por los alrededores de
Cartagena cayó enfermo. La víspera había confesado hasta las diez de la mañana
y cuando pretendió celebrar la misa, se sintió tan mal que se vio obligado a
regresar a Cartagena. La peste ya causó el fallecimiento de nueve miembros del
colegio de los jesuitas. Una parálisis lo redujo a la impotencia, junto con un
terrible temblor de las manos, que según testigos se detenía cuando celebraba
la misa.
Aún logró hacer algunas visitas gracias a una mula que le
dieron. Se despidió de una gran bienhechora suya y le pidió que en adelante se
confesara con su sucesor, el padre Diego Ramírez Fariña. Por entonces, desde la
sublevación de Portugal, era raro el arribo de barcos negreros. Pero en 1652
llegó uno y Pedro los visitó, les llevó regalos y los instruyó para el
bautismo.
Permaneció los últimos 4 años enfermo, en su celda, sin casi
poder moverse, prácticamente solo y en un estado de abandono por parte de los
demás. El hermano Nicolás, testigo de su vida, relató que cuando se supo en la
ciudad que Pedro estaba muriendo y que ya había perdido el conocimiento, empezó
la “gran peregrinación”, todos querían tocarle, llevarse de él cabellos, un
trozo de su camisa, lo que fuera: “le besaban aun antes de morir las manos, los
pies, tocándole con rosarios”. El Padre Juan de Arcos, rector del colegio,
señaló: “la gente entraba y salía como a una estación de Jueves Santo; diluvios
de niños y negros venían diciendo: “Vamos a ver al Santo”
Falleció finalmente en la madrugada del 9 de septiembre de
1654.
Después de su muerte, el gobernador Pedro Zapata y el
Consejo de Cartagena solicitaron que se iniciaran los informes sobre la vida y
milagros de Claver. Durante el proceso de canonización resultó particularmente
notable el número de hechos extraordinarios, verificados tanto en vida como
después de su muerte, y considerados milagros por la Iglesia católica. Además
se constató el bautismo por su mano y la conversión de negros por millares.
Un punto muy analizado hasta hoy es la forma en que Pedro Claver logró comunicar el cristianismo a los esclavos, religión que sus amos decían practicar. Muchos biógrafos modernos señalan que Pedro Claver infundió en los esclavos un sentido de dignidad humana y valor, demostrando la injusta situación a la que eran sometidos. Su principio fue “primero los hechos, luego las palabras".
También la práctica cotidiana de sufrir junto a los sufrientes, siguiéndolos a las minas y a las plantaciones, intercediendo por ellos y protestando por su cuidado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario